El miércoles pasado, compareció ante un tribunal penal de Vaucluse, Francia, Gisèle Pélicot, la mujer que fue violada 81 veces, –por lo menos– por 81 hombres diferentes –por lo menos, también– en su propio lecho conyugal de Mazan, de esa misma región. Los ultrajes a Gisèle fueron provocados o más bien promovidos, por su propio esposo, Dominique Pélicot, un hombre de 70 años que durante una década drogó a su mujer, para prostituirla mientras esta última se hallaba “sonámbula y obediente”.
Entre los acusados junto al señor Pélicot, en ese proceso sin precedentes, hay bomberos, soldados, policías, médicos, periodistas, abogados, expertos en informática. Algunos ya se han declarado culpables. Otros, reclaman inocencia. Aducen que se “limitaban” a pagar el precio que les pedía el marido proxeneta, quien les aseguraba que alguna fantasía de la víctima la compelía a fingirse dormida durante sus apareamientos, ante la presencia del propio Pélicot. Pese a hallarse confeso, la defensa letrada afina sus baterías legales para alegar alguna forma de alienación mental, congénita o adquirida del marido felón, que le arrebataba el control de sus actos en el mismo momento en el que los cometía ¿Alienado? Pero cobraba en dinero contante y sonante el producto de sus supuestas alienaciones.
Durante el día “El Monstruo de Mazan”, apelativo que como veremos se ha ganado a pulso de su depravación, era un esposo y padre ejemplar, con tres hijos y cinco nietos que lo “adoraban”. Pero en las noches, mutaba.
“Todavía no entiendo porqué, no puedo entender, cómo se desmoronó mi existencia; cómo pudiste traicionarme de esta manera” le enrostró la víctima a su excompañero de toda la vida, el miércoles de esta misma semana, desde el estrado de testigos del salón de audiencias, atestado de gente procedente de todos los rincones del país.
El acusado principal del caso, le confesó al juez apenas se abrió el juicio, que comenzó a drogar a su esposa para poder tener relaciones sexuales a las que élla se negaba cuando estaba consciente. Después se dedicó a vender los “servicios” de Gisèle a través de los numerosos portales de “sexo atrevido” que pululan por la Internet. La hoy abuela de 71 años, se hallaba inconsciente durante las violaciones. Como consecuencia de haber sido drogada, siempre sin su consentimiento -–hay que remarcarlo— la infortunada en este momento, sufre de lagunas en la memoria, caída del cabello, pérdida de peso y frecuentes depresiones nerviosas.
La tormenta la desencadenó la compulsiva fisgonería del “Monstruo”, arrestado, in fraganti, a finales de 2020 por videograbar subrepticiamente, lo que había bajo las faldas de las clientas de una tienda de comestibles. Cuando la policía profundizó las pesquisas correspondientes, halló entre las pertenencias del entonces sospechoso, varios dispositivos electrónicos, contentivos de fotografías y vídeos en los que la señora Pélicot aparecía agredida sexualmente por los demandantes de las intermediaciones “amorosas” de Pèlicot. De los 81 sospechosos que aparecen en el material gráfico, las autoridades sólo pudieron localizar y acusar 50.
La víctima de tal drama luchó para que los pormenores del mismo se hicieran públicos y que los videos se exhibieran en el tribunal como prueba irrefutable. Mirarlos, argumentó su abogado, era “mirar una violación directamente a los ojos”.
La parafilia sexual ha existido desde que el mundo es mundo.
El llamado candaulismo, en el caso específico de Péricot o el placer de contemplar a la propia esposa teniendo relaciones sexuales con un tercero, deriva su denominación de un episodio de las Historias de Heródoto. Candaules, antiguo rey griego del siglo VIII a. C., ideó un complot para mostrarle su esposa desnuda a uno de los siervos del palacio real.
En el juicio de Aviñón han sentado en el banquillo junto a los referidos acusados, a la Internet. Sin las lineas calientes de las redes sociales las felonías seriadas de monsieur Pélicot no hubiesen sido posibles, qué duda cabe. Pero en tiempos del referido rey Candaules, no había redes sociales y por igual, la depravación terminó en tragedia.
“No me mueve en este juicio un asunto personal. Quiero que mi caso sea inspiración para todas las víctimas de las agresiones sexuales en Francia. Que digan: ´Si la señora Pelicot lo hizo, nosotras también podemos hacerlo´. Las mujeres violadas no tenemos porqué sentirnos avergonzadas. Los avergonzados deben ser ellos” expresó Gisèlle en su referido alegato del miércoles pasado ante el juez, señalando con su dedo índice derecho a la cincuentena de acusados.
@omarestacio
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