- ¡ Corten, corten, corten! Que el compatriota, aquí declarante asegura que no conoce a ningún grupo de conspiradores, contra la muy “güenísima”, honestísima, decentísima, RoboLución, encabezada por nuestro no menos “güenísimo”, honestisimo, decentisimo, camarada, “señol” Maduro Moros! ¡Oficial, Borromé, téngase la fineza y aplíquele al compatriota-declarante nuestra medicina pa´que recupere la memoria!
Se ha institucionalizado en Venezuela una nueva tipología delictiva. Sin ánimo de polemizar, pero sí de llamar las cosas como Dios manda, su etiología se entrelaza con el advenimiento de esa montonera que lleva el remoquete de "Revolución Bolivariana".
Nos referimos, en específico, al cultivo de la brutalidad sistemática y como política de Estado; de esa crueldad redundante, en otro tiempo, ajena a nuestra idiosincrasia. Ha sido, un cuarto de siglo, casi, de prédica de odio sin solución de continuidad; de ofertas de freír cabezas; de los cognomentos, de escuálido, pelucón, cachorro del imperio, apátrida. De burla al adversario muerto, medio muerto, preso o caído en desgracia; de la rienda suelta a la coprolalia, al resentimiento, a la malquerencia, a la propaganda de guerra, asimétrica o vaya usted a saber, por quienes desde sus responsabilidades de dirección, han erigido en paradigma, la intolerancia al diferente.
A uno, quizá, lo traicione cierto chauvinismo, encapsulado en algún pliegue interior, de modo que en medio del dolor, roguemos -como si con ello pudiésemos aminorar la tragedia- que los criminales no sean venezolanos; que ¡Ojalá! fuesen oriundos de alguna galaxia muy remota y que aun así, hayan actuado obnubilados por cierto estupefaciente irresistible y distorsionador. Pero no. Todas las evidencias apuntan hacia nacidos en Venezuela -a excepción del primero en la cadena de mando, oriundo de Cúcuta- exacerbados por el desmedido ánimo de lucro, transformados en monstruos, a causa de la prédica que ha desatado los peores demonios internos.
Esa pócima milagrosa para recuperar la memoria, que ordenaba el esbirro referido al comienzo, ha sido la recetada contra millares y millares de venezolanos, para arrancarles mediante tormento, -en el caso específico del estudiante de Antropología, de nuestra UCV, John Kelvy Álvarez Peña, las incriminaciones contra seis dirigentes, por el "delito" de lesa revolución de reclamar el cumplimieto de los derechos laborales de un grupo de trabajadores afiliados a su sindicato.
En materia de tratos crueles e inhumanos, en la RoboLución hay de todo, como en las viejas quincallas pueblerinas: Palizas con bates de béisbol o con cualquier otro "mazo dando", por las partes blandas del organismo humano, para dejar el menor número de rastros visibles; el "Submarino", "La Bolsita" y demás modalidades de asfixia mecánica o de muertes por inmersión; agresiones sexuales; empalamientos a través de cualquier oquedad corporal; aplicación de choques de electricidad por los genitales; persecuciones inclementes contra familiares, amigos y hasta, gatos, perros y demás mascotas familiares.
Detrás de cada torturador, siempre se agazapa, un juez sicario, que le atribuye mérito a tal especie de declaraciones, en este caso concreto, el de la magistrada en materia de terrorismo, Grendy Alejandra Duque Carvajal, quien les dictó a cada uno de mencionados sindicalistas, la bicoca de 16 años de prisión. No le bastó con irrespetar, literalmente, las más elementales y casi centenarias enseñanzas, del maestro, Francois Gorphe, en materia de “Crítica del Testimonio”. La letrada, para basar su veredicto, además, echó mano, de un supuesto Informe de Inteligencia, anónimo, inexistente o nulo de nulidad absoluta, porque no aparece calzado con la firma de nadie, aparte de unas pretendidas capturas de pantalla de Whatsapp, de cero mérito probatorio, porque no atendieron las salvaguardias básicas en materia de mensajería electrónica.
Menos mal, que el señor Karim Kahn, fiscal jefe ante la Corte Penal Internacional -prevaricador mientras que, con hechos, nos demuestre lo contrario- va a abrir oficinas en Caracas. No para investigar y castigar con celeridad -porque Justicia morosa, no es Justicia- la sumatoria de atrocidades que ha perpetrado y sigue perpetrando la impune satrapía local, sino para “educar” mejor, a nuestros operadores de justicia. "Buenos días. Buenas tardes. Muchas gracias. No hay de qué", le escucharemos, en lo adelante, a nuestros jueces sicarios.
- ¡Cámaras! ¡Acción! ¡Vuelvan a encender las máquinas de videograbar, que el estudiante John Kelvy Álvarez Peña, va a confesar o a firmar lo que le pongamos por delante, gracias a las pócimas milagrosas de la RoboLución, que le acaban de devolver la memoria!
@omarestacio
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