Tras dos semanas de implacable persecución, finalmente, se produjo la recaptura de Danelo Calvacante. La fuga del convicto de la penitenciaría de Chester, Pennsylvania, en la que había comenzado a cumplir, cadena perpetua por asesinar a su pareja, copó la atención de los medios de comunicación de, Estados Unidos, Brasil y de buena parte del Mundo, a partir del 31 de agosto pasado.
Escribía Sarte: “El hombre está condenado a ser libre”. La picaresca carcelaria, por su parte, ha elaborado dos reflexiones que se acoplan con ese implacable anhelo libertario: “La primera obligación del preso es fugarse”; “Todo prófugo tiene derecho a no dejarse atrapar”. En Alemanía, no es punible escapar de una prisión. En Venezuela, tampoco, a menos que concurra alguna circunstancia agravante.
Uno, que no es inmune a la solidaridad casi automática, que despiertan tales fugas, está obligado a poner las cosas en sus prontos y justos términos: No todo perseguido es el Jean Valjean de “Los Miserables” ni, el Richard Kimble de “El Fugitivo”, buscados sin piedad, no obstante sus absolutas inocencias.
Ya, Calvacante, en Figueirópolis, de su natal Brasil, en 2017, le había disparado siete balazos a su “amigo” Junior Moreira De Reis. Una deuda impaga, fue el móvil del asesinato. En aquella oportunidad, al paria, desde entonces, sí le funcionaron sus habilidades para evaporarse en la espesura de la manigua amazónica.
La acuciosidad periodística, despertó cierta conmiseración hacia el doble homicida de Pennsylvania. Hasta Brasil se fueron los reporteros norteamericanos, para llegar al fondo del referido uxoricidio.
Calvacante, en su país natal, había comenzado a trabajar como limpiabotas a los cinco años. A los siete años de edad, ya se encontraba entre la peonada de una ganadería. De allí, se traslada con su madre soltera y numerosos hermanos a Mula Preta, provincia de Maranhão. Atestiguan cuatro residentes de la localidad, que producto del trabajo tesonero, de sol a sol, la depauperada familia compra una extensión de terreno, para el engorde de ganado equino y vacuno. El ascenso a mejor fortuna de la parentela, lo fulminó el altercado con el señor Moreira de Reis.
Nadie sabe, ni cuándo ni por dónde, pero lo cierto es que Calvacante, ingresó de manera ilegal a EE. UU.. para reaparecer en el ya mencionado pueblo de Chester, en el que en 2019, zanjó con 38 puñaladas una disputa doméstica con Dorah Bradao, su compañera de vida, hasta ese lamentable episodio.
Durante los 15 días que siguieron a la huida carcelaria objeto de la presente crónica, el mundo, atónito, presenció el despliegue del más formidable batallón de captura. Más de 500 soldados elite, drones, sofisticados vehículos todoterreno, robots con Inteligencia Artificial, helicópteros de la DEA con potentes sensores. Cada vez que estaban a punto de echarle el guante, el renegado, solo contra el mundo, sin un duro en el bolsillo, valido de su sola astucia, se escabullía. Tan tremenda disparidad de recursos, le granjeó al leproso social, simpatías adicionales.
Cuando ocurrió lo ineludible, tres decenas de los captores, armados hasta los dientes, incluidos los colmillos de un perro pastor belga, verdadero protagonista de su aprehensión, encadenaron al reo de pies a cabeza, se tomaron numerosos videos con el ya cautivo y lo exhibieron al estilo del fascista de John Wayne, a rastras con el cacique Gerónimo, por la calle principal de algún poblado de Arizona. Lo que generó varias protestas por los derechos humanos del reo, por contravenir, la Convención de Ginebra sobre la Regulación de la Guerra, aunque los denunciantes, en su lugar, han debido invocar los “Principios Mandela”, aprobados en el marco de NN. UU., más ajustados al presente caso.
El cronista, en medio de semejante tragedia, se atreve a pronosticar: más de un “ambulance chaser lawyer”, como se mofan en EE. UU., de los abogados que monetizan el dolor ajeno, le ofrecerá sus servicios a Calvacante. Una millonaria demanda, zanjaría cualquier lesión a la reputación (¿?) del penado. Ya lo advertía Don Quijote: “Cuida de no herir con palabras a aquel que castigues con acciones”. Por lo que, es posible que el señor Calvacante, cobre una jugosa indemnización y acabe sus días, rico pero preso, a cal y canto, porque para que no vuelva a escabullirse, le espera un calabozo de extrema seguridad, quizás, en la “SuperMax” de Florence, Colorado.
Y así, no vale la pena tener mucho dinero.
@omarestacio
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