Mark T. Esper, exsecretario de Defensa, de EE. UU., en “Un Juramento Sagrado” (“A Sacred Oath”, Ed. W.Morrow) publicado hace unos días, apenas, revela que, Donald J. Trump, entonces presidente de EE. UU., contempló el posible homicidio de Nicolás Maduro.
En lo que se refiere a este servidor, les deseamos a nuestros antagonistas, larga vida (mientras más antagonistas, más larga, todavía). Eso sí, para que paguen, uno a uno, sus pecados, en este Mundo. Sobre todo ¡faltaría más! los cometidos en nuestro perjuicio. Puntualizada la aclaratoria anterior, para que nadie venga a tildarnos de instigadores de narcotiranicidios, entramos en materia:
Narra, Esper, que buena parte de sus elucubraciones sobre el supuesto asesinato, no las habría hecho, el señor Trump, en solitario, sino que las compartió con, Juan Guaidó, quien como sabemos, rivaliza con Maduro, por cuál de los dos sea considerado el legítimo titular de la Primera Magistratura de Venezuela.
No hacía falta ser muy zahorí para predecir la reacción del potencial occiso, al enterarse de las memorias del exsecretario de Defensa. Si semanas atrás, mandó ¡Presa, carajo! a una indefensa ancianita, por desearle pronta viudez a la llamada “Primera Combatienta”; si encarceló a uno de sus hijos; si ha sometido a la matrona al vejatorio trámite de presentaciones periódicas en una oficina a la que, también, deben presentarse, criminales muy peligrosos, no podía menos que utilizar el muy coprolálico, “malparido” para referirse a su acérrimo rival y comisionar a su embajador en las Naciones Unidas para armar sus consabidas pataletas.
El cronista, responde que no era para tanto. Martín Lutero, Calvino, Juan de Salisbury (cfr. “Libro de hombre de Estado”), Juan de Mariana (cfr. “Rege et Regis”); Stephanus Junius Brutus (cfr. “Vindiciae Contra Tyrannos”); Santo Tomás de Aquino, (cfr. “Summa Theologica”), fueron, todos, invocados por el amo de su amo, Fidel Castro (cfr. “La Historia me Absolverá”), para justificar sus asesinatos y planes magnicidias (siempre que los remitidos al otro mundo, no fuese, él, mismo o sus compinches). Establecido lo anterior, no tiene mucho sentido armar alboroto, porque mister Trump y junto a, él, Juan Guaidó hayan hecho ejercicios de “Análisis por Escenarios”, incluidos, sus componentes, los factores de cambio, las tendencias débiles emergentes, las tendencias pesadas, alguna vez muy en boga, hoy, en descrédito total, como lo demuestran, prognosis como las del dueto, Trump-Guaidó.
¿Estaba obligado, este último, al regresar, apenas, de su gira por EE UU a denunciar que en la Casa Blanca, se hablaba con mucho desenfado del posible pase del páramo sin escarpines, de quien usurpa la presidencia de Venezuela?
El cronista, puesto en el lugar de Guaidó, y pese a nuestro irreductible rechazo a los magnicidios o cosa que se le parezca, no lo habría hecho. Seré incapaz de agredirlos físicamente, pero zafios semejantes ¡Qué se defiendan éllos! Además, en el plano legal, opinamos que los únicos casos de denuncia obligatoria de posibles crímenes de los cuales los particulares tengamos noticia, los contempla la Ley Orgánica de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, LOPNA y, aunque la fementida partida de nacimiento del susodicho, ha dado para cualquier cosa, incluida la forjada nacionalidad venezolana, a nadie se le ocurrirá agregarle a tal documento, el carácter de niño, niña o adolescente, de su titular, como para hacerlo acreedor de tutelas especiales.
Y además ¿Qué es más grave? ¿Un plan de tiranicidio, gustenos o no, que si lo hubo, se quedó en puro, bla,bla,bla o tener las manos tintas en sangre por los asesinatos con premeditación y alevosía de, Oscar Pérez, Juan Pablo Pernalete, Rafael Acosta Arévalo, Fernando Albán, Isaías Baduel, los jóvenes, Alixon Osorio Dos Santos Pizani, Stefany Maholy Layoy Natera, Franklin Alexánder Figuera, Carlos Alfredo Olivares Bonalde, Cleiner José Romero y 300 mil venezolanos más, por el hampa común azuzada por el tirano, el FAES, el Digcin, el SEBIN, la Guardia Nacional Bolivariana, los “Colectivos de la Paz”, las FARC, el ELN?
Matar, torturar, devastar un país son crímenes más graves que divulgar informaciones obtenidas en razón del ejercicio de funciones públicas, como ha sido el caso del señor Esper. Por ello el caso de este último lo dejaremos para próxima vez.
@omarestacio
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